En el décimo aniversario del trágico vuelo 9525 de Germanwings, la memoria de la tragedia sigue viva. El 24 de marzo de 2015, un Airbus A320 se estrelló en los Alpes franceses, cobrando la vida de las 150 personas a bordo. La causa del desastre fue un acto deliberado del copiloto, Andreas Lubitz, quien, acosado por sus problemas mentales y temeroso de perder su carrera, optó por terminar con su vida y la de los demás pasajeros.
Unas semanas antes del accidente, un psiquiatra diagnosticó a Lubitz un trastorno psicosomático y una posible psicosis, pero él ocultó estos antecedentes médicos. Los fiscales señalaron que se obsesionó con el temor, sin fundamento, de perder la vista, lo que pondría fin a su carrera como piloto. Esta preocupación llevó a la conclusión de que Lubitz había estrellado intencionalmente el avión contra las montañas en un intento de quitarse la vida.
La fiscalía señaló que los pasajeros y tripulantes no habrían sido conscientes de lo que ocurría hasta los últimos instantes. La muerte habría sido inmediata. Después del accidente, los equipos de búsqueda rastrearon las empinadas laderas de las montañas en busca de las cajas negras del avión. Lo que hallaron fue descrito por Carsten Spohr, director de Lufthansa, como ‘posiblemente la peor pesadilla que cualquiera podría enfrentar en nuestra compañía’. ‘Estamos en shock. Estamos horrorizados’, expresó en ese entonces.
La intención del copiloto era destruir el avión, y la muerte de los ocupantes fue instantánea al impactar contra la montaña a 700 km/h. Según la grabación recuperada, los pasajeros probablemente no se dieron cuenta de lo que ocurría hasta los últimos momentos, cuando solo se escuchan gritos en los segundos finales. El capitán entregó el mando a Lubitz antes de salir de la cabina, momento en que el copiloto comenzó a descender el avión rápidamente.
Cuando el capitán regresó y trató de ingresar, se escucharon ruidos como golpes violentos en la puerta mientras el avión continuaba su descenso final.’ La información recuperada permitió a los investigadores concluir que Lubitz, de 28 años, había dejado al piloto fuera de la cabina de manera intencional y estrelló el avión deliberadamente. Entre las víctimas se encontraban Marina Bandres y su hijo de siete meses, Julian, quienes regresaban a Manchester tras un funeral en España.
Aunque el dolor de las familias nunca se desvanece, los recuerdos del accidente siguen marcando la historia de la aviación, que después del suceso implementó nuevas medidas de seguridad, como la presencia de al menos dos miembros de la tripulación en la cabina durante el vuelo.